lunes, 7 de abril de 2014

Recuerdos

No ha vuelto a llover desde que salí de aquella habitación y voy vagando sin rumbo. He estado en muchos sitios y en ninguno a la vez.
Hace cuatro días, me encontraba en el jardín de casa de mis padres. Estaba igual que lo recordaba en mi infancia. Pero ese día, el jardín me parecía un sitio triste, sin niños, sin padres, sin juguetes, sin nada. Aún así, sonreí por todos los recuerdos que me venían a la mente. No era un jardín muy grande, pero tenía cesped, una caseta para el perro y mis juguetes esparcidos por todas partes. Mi madre me gritaba desde casa, que recogiera todo aquel desorden, pero yo seguía jugando. Entonces, mi padre aparecía detrás de mi y me agarraba por la cintura, haciéndome cosquillas y provocando que no parara de reir, mientras Gus, un goldendoodle muy cariñoso, no dejaba de correr a nuestro alrededor. Y mi madre, apoyada en el marco de la puerta nos miraba y sonreía. Recuerdo, incluso, que en alguna ocasión nos llegó a hacer fotos, mientras nosotros jugábamos. Mientras recordaba todo esto, noté algo extraño en la mano derecha, era una sensación de calor, como si alguien la rodeara con las suyas, pero no había nadie, estaba completamente solo.
Al día siguiente, como por arte de magia, aparecí en el lugar donde besé por primera vez a una chica. Y no era cualquier chica, se trataba de Olga, la más guapa de toda la clase. Por aquel entonces, teníamos unos 13 ó 14 años y, aprovechamos que estábamos de excursión por el Parc Güell de Barcelona, para escondernos en algún rincón y besarnos. Aunque por desgracia, Edu, mi mejor amigo, decidió gastarnos una broma, atrayendo la atención de toda la clase, para demostrar mis dotes lingüísticas. Con el tiempo, me confesó que él también estaba enamorado de Olga y, años más tarde, se casaron y fueron muy felices. El parque, por aquella época, estaba bastante bien cuidado y, en días soleados, daba gusto pasear por allí. Sin embargo, aunque el sol no había dejado de iluminar mis días desde mi salida, había canviado y ya no me parecía el mejor lugar para pasear, ni para enamorar a nadie. Me parecía completamente insulso y, aunque aquel recuerdo me viniera a la mente, ya no era el lugar al que una vez fui para enamorar a una niña de mi edad.
El tercer día, desperté en la universidad donde estudié. Allí me enamoré de la mujer más bonita del mundo entero. Estaba en secretaría, esperando mi turno para apuntarme a un seminario de... no recuerdo qué. El caso es que, estaba sentado en una silla y la vi entrar. Llevaba un vestido camisero blanco a cuadros de varios colores con un cinturón ancho negro, unos leggins negros, zapatos de tacón y un moño alto medio deshecho. Iba poco maquillada, aunque los labios los llevaba rojos y mascaba chicle. Entre sus brazos sostenía una carpeta que, por su tamaño, debía pesar lo suyo. Me ofrecí enseguida a ayudarla pero me rechazó. Levanté una ceja, le dediqué una media sonrisa y le solté un "muy bien" que le hizo pensárselo dos veces. A partir de ahí, ya no nos separamos hasta que... no recuerdo bien qué pasó. Aquel sitio, me pareció ahora triste y vulgar, ya no tenía el encanto que tenía cuando la conocí.
Ayer aparecí en el campo de futbol donde jugaba mi hijo Alex. Estaba vacío, como todos los lugares que he visitado hasta ahora. Ninguno me deja buen sabor de boca pero todos me traen muy buenos recuerdos. Aquí ví como dió sus primeros pasos en el deporte mi primogénito. Cada partido que jugaba, lo grababa para después verlo los dos juntos en casa. Los días en que no ganaba, se sentía frustrado, pero ahí estaba yo, para apoyarle y animarle a ser mejor cada día. Era un buen defensa, a pesar de su corta edad. Tal vez algún día se haría famoso por su buen juego y acabara en un buen equipo español. ¡Dios! Le echo tanto de menos... Mientras pisaba el cesped del campo, sentí que mi corazón volvía a latir con fuerza y, aunque todo lo que me rodeaba me parecía gris y triste, empecé a sentirme un poquito más vivo a cada paso que daba.
Hoy estoy en un restaurante. No estoy seguro si es donde mi mujer y yo celebramos nuestro aniversario de boda. Diría que no, me suena haber estado aquí con otra mujer, una con la que no debería haber estado nunca, con la que engañé a mi mujer. En ese momento me sentía muy agusto con ella pero, se convirtió en una pesadilla de la que no podía salir. Provocó que mi matrimonio se tambaleara y, ahora, me arrepiento tanto. Supongo que el karma me la tenía jurada desde hace tiempo y por eso estoy en una especie de mundo del que no puedo salir. Aquella mujer nos hizo sufrir y yo fui un idiota por caer en sus redes. Hoy siento un gran odio por esa mujer y ansío, por encima de todo, que algún día mi mujer me perdone por el daño que le hice. Y ahora me gustaría salir de aquí, pero como siempre, sólo saldré cuando termine este día y otro recuerdo aparezca en mi mente.

miércoles, 2 de abril de 2014

La voz

No se cuanto tiempo llevo aquí encerrado, en esta habitación sucia, fría y gris. Lo único que hago es acercarme a la ventana y, aunque siempre está lloviendo, miro las nubes. Hay días en los que son tan negras, que parece de noche. En esos días, la tormenta se vuelve amenazadora y peligrosa, con truenos, rayos y relámpagos. Al principio me daba miedo, pero ahora me encuentro en una especie de letargo, en el que ya nada parece afectarme. En los días de nubes color plomo, la lluvia es persistente y varía de intensidad en los que, en ocasiones, se vuelve tormenta y, en otras, parece que amaina, pero siempre llueve.
Hoy, las nubes están blancas y, cae una llovizna suave. Es extraño porque nunca las había visto así. Parece, incluso, que va a dejar de llover. Esto hace que mi corazón empiece a latir con fuerza, como cuando ves a esa persona. Me he acostumbrado tanto a este clima, que ya no recordaba ni lo que se sentía tener sangre en las venas.
¿Es posible? ¿Acaba de dejar de llover? ¡No lo puedo creer! Un rayo de sol ha salido entre las nubes y un precioso arco iris ha aparecido tímidamente ante mis ojos. Es... magnífico. Me resbala una lágrima por la cara y, antes de que me la limpie con el dorso de la mano, noto que alguien me acaricia y me la limpia. Pero no es posible, porque estoy completamente solo. ¿Me estaré volviendo loco?
Necesito salir de aquí. Abro la puerta que, curiosamente, está abierta. Es extraño porque, durante todo este tiempo ha permanecido cerrada con llave y nunca he podido salir. No sé si se trata de una trampa pero, después de tanto tiempo encerrado, no quiero seguir estando en esta habitación.
Lo primero que veo al salir, es una luz blanca e intensa que me hace cerrar los ojos. Cuando los vuelvo a abrir, me encuentro en el salón de mi casa. Está todo igual que lo recordaba, excepto por una cosa, no hay nadie más que yo. Llamo a mis hijos, pero no me responden. Llamo a mi mujer, pero tampoco lo hace. Empiezo a angustiarme. ¿De verdad estoy solo?
Me acerco a la chimenea y miro las fotos de mi familia. Estábamos todos tan felices... No entiendo qué ha pasado, porqué estoy tan solo. De repente, oigo una voz, una voz femenina. Me resulta familiar. Parece que viene de fuera. Tengo que salir de aquí, si hay alguien ahí fuera, necesito que me cuente qué está pasando.
Salgo a la calle, pero no hay nadie. Mmm, que agradable sensación notar el sol en la piel. Me quedo unos minutos disfrutando de este momento, hasta que la voz femenina vuelve a sacarme de mi letargo.
-Quédate conmigo.
-¿Quién eres?- Pregunto, pero no obtengo respuesta alguna.
Me dirijo hacia el parque que tengo delante. Se parece mucho al que hay en frente del colegio de mis hijos, pero no hay niños jugando, ni padres hablando, ni ruido, ni nada, sólo yo. Toco las cadenas de los columpios, me acerco a los bancos y miro a mi alrededor. El mundo ha canviado.
-Quédate conmigo.
-Pero, ¿dónde estás?- Grito pero, de nuevo, silencio.
Sigo buscando, pero no la encuentro. No me voy a dar por vencido. Si ella puede hablarme y verme, yo debería poder encontrarla. Y sé que la encontraré.